Mi novela TAN ADENTRO ha sido finalista del premio de Novela Fernando Lara 2019❤️#tanadentro#finalistaFernandoLara#Planeta#FernandoLara#prosapoética#narrativapsicológica#Mate#yihadismo#Praga#nazis#TreblinkaII#pintarcadáveres#eutanasia#madre#esquizofrenia sevillapress.com/noticia/45472.

EL LIBRO DE VEDRAN

       Rebeca me ha estado mirando. Sucedió hoy, a las siete menos cuarto de una mañana de perros. La resaca no le hadejado dormir, intuyo. Despedía un fuerte olor a bebida destilada. Como nunca he bebido, no sabría decir cuál. Quizá por eso tampoco puedo afirmar queestuviera borracha… Pero lo pienso. Y lo digo.

      Como no dormía, seguramente se hadesperezado. Ha ido al baño y ha visto el espejo. No se ha reconocido.¡Aahhh! Qué susto. Esa sombra soy yo. Vaya pinta, ni el león de la Metro. Entonces se ha sentado en la taza del wáter, ha meado un buenrato y ha vuelto a la cama. Ahí es cuando me ha empezado a mirar.

     Al principio observaba sin ver. Paseabasimplemente por mi espacio, deslizando sus iris por mi piel. Me acariciaba suausencia.  He imaginado que había unalínea verde entre su fóvea y mi cuerpo. Verde mar. Como sus ojos.

      La línea tatuaba en mi lomo un tequiero inaudible, invisible, que sólo era fuego. Y ha sido ese calor tontuno el que meha despertado, y entonces me he dado cuenta de que ella estaba ahí.

     Al mismo tiempo el tren se acercaba a Sarajevo. Un fugitivo se estaba apeando en la estación de Lukavica. Vaya nombrepara una estación. No tiene ni idea de Rebeca, pero ella está allí, corriendo su suerte. Desciende y cruza asustado. Camina rápido, casi corre, hasta refugiarse en una taberna en el centro de los Balcanes.  Rebeca cierra los ojos verdes. Recuerda. Una vez cruzó en moto la costa dálmata con André. Era cuando aún compartían momentos, y ella dormía acurrucada en sus brazos, como en una sillita fetal, embozada en unas sábanas empapadas de sexo y poesía. Hasta la amanecida.

    Ya no me mira. Estoy aquí, delante tuyo, eeehhh. No existo si no me abro a ti. Mi vida es un sindiós si no encuentro un pequeño habitáculo en tu cerebro. ¿Vas a negármelo ahora?

   Vuelvo a encenderme. A miles de kilómetros de distancia el prófugo está en la barra de un tugurio informe. Suena un chelo. Estamos en 1992. Smailovic ejecuta a Albinoni, en homenaje a las veintidós personas que fueron asesinadas mientras hacían fila para recibir pan. De la pupila esmeralda se escapa una lágrima, otra, y otra más. ¡Me empapa! Quiero huir pero no puedo. Atrapado en su llanto estúpido a causa de un soldado quebebe rakija lejos, muy lejos, y a quién apenas conoce… ¿o sí?

     Me he quedado a oscuras. Me ocurre yentonces es como si estuviera muerto. A veces dura unos segundos. A veces días, semanas. En ese tiempo de soledad percibo presencias. O golpes. Me buscan y me ignoran. Incluso.

    No sé qué estará pasando en ese bar donde un adagio araña la luna. Donde el agua de los ojos verdes de la chica se remansa y espera.

   Esa música…esos hombres comprando comida… la ciudad sitiada…¡Dios mío! El miembro de la brigada estáhablando. Su voz está en mí, como otra vez la mirada temblorosa de esa mujer. Se comunican. Ella lo escucha, sufre con él. Es increíble, el poder de la emoción acercándoles. Es una sensación fronteriza con el miedo, pero dulzona y cálida.

   Rebeca me ha tomado en sus brazos. Creo queha decidido levantarse. Se sacude el cabello, rojizo, como de eslava. Quizá no se llame Rebeca, pero me gusta pensarla así. Siempre he soñado una amante con cuyo nombre. Me ha acariciado y estrechado contra sus senos. Creo que estoy teniendo una erección… O la imagino. ¿Qué importa?

     Me quedo en el suelo, desparramado, con mis brazos en su busca.  Vuelve sucabeza, el pelo azotándole las sienes.

Me mira.

Me cierra.

Se va.

                                                           Xenia Rambla

                                                          VLC,  a veintiuno de julio de dos mil quince

(El libro que cuenta la historia real de Vedran Smailovic nos narra cómo está siendo leído por Rebeca…)

EL DESPERTAR DEL AGUJERO NEGRO


En el escenario, en la parte central, una mesa de despacho de perfil. Sentada, la censora, con varios papeles, un móvil y un cargador, frente a una puerta lateral. Al fondo, un cartel que dice OEFEC.


LUKAS (entrando, vestido de Papa Noel). —Buenas, ¿se puede?
CENSORA (sin mirar, revisando papeles). —Pase, pase usted. Siéntese.
LUKAS (sentándose). —Perdone que le interrumpa. Solo quería preguntarle si le llegó mi guión.
CENSORA (mirándolo de arriba a abajo). —¿El de «Sobreviviendo a la Navidad»?
LUKAS. — Lo dice por el traje. Es una historia larga que… que no viene a cuento.
CENSORA. —Larga sí será, porque estamos en Agosto.
LUKAS. —¿Es que prefería el de Baltasar? Este es más fresquito. Ho, ho, ho…
CENSORA. —Por mí como si se viste usted de lagarterana.
LUKAS (sin entender). —Vayamos al grano. ¿Se leyó entonces el guión que le envié o no?
CENSORA (impacientándose). —Si me dice usted el título igual acabamos entendiéndonos.
LUKAS. —Se titula «El despertar del agujero negro».
CENSORA (pensando). —Me suena mucho. Recuérdeme la sinopsis.
LUKAS. — Pues iba de una princesa.
CENSORA. —Acabáramos. Una princesa.
LUKAS. —No una princesa cualquiera. Esta era líder de un grupo revolucionario.
CENSORA. —Empezamos mal.
LUKAS. —¿Cómo dice?
CENSORA. —Digo que empezamos mal. ¿No conoce usted las normas de la organización sobre el uso en los guiones del lenguaje inclusivo?
LUKAS (enfadado). —Y tanto que las conozco. He dicho «princesa», «cualquiera» y «esta».
CENSORA. —Lideresa.
LUKAS. —Lideresa.
CENSORA. — La princesa lideresa.
LUKAS. —Está bien. Esta princesa era lideresa de un grupo revolucionario. En la galaxia de Andrómeda.
CENSORA (pensando). —Ah, con que era ese el guión. Sí, ya lo recuerdo. Esa princesa insulsa carente de interés alguno para el espectador.
LUKAS (ofendido). —Pero qué dice.
CENSORA. —Estamos en el siglo XXI.
LUKAS. —Lo sé. Programé la máquina para viajar desde 1977.
CENSORA. — Pues debió documentarse mejor antes del viaje. Aquí el público de las salas de cine espera encontrar una heroína feminista. Tipo wonderwoman, o algo así.
LUKAS. — ¿Wonderwoman?
CENSORA. —Ahora me va a decir que no conoce la película Wonderwoman. ¡Pero si es de hace tres años!
LUKAS. —Ya le digo que procedo de los setenta. Entonces la ciencia ficción estaba en pañales.
CENSORA (resoplando). —Déjelo. ¿Cómo se le ha ocurrido inventar semejante personaje femenino, plano, sumiso y que no hay por donde cogerlo?
LUKAS (perplejo). —Pues en la época de donde yo vengo las mujeres son así.
CENSORA. —¿Así? ¿Con ensaimadas en la cabeza?
LUKAS. —No, claro que no.
CENSORA. —¿Sabe qué le digo? Usted no tiene ni pajolera idea de las mujeres.
LUKAS (levantándose). —¿Que yo… ?
CENSORA (gritando). —Sí, usted no sabe nada de las mujeres. Pero siga, siga con el argumento. (Entre dientes, hacia el público) Penoso, penoso.
LUKAS (confuso). —También sale una fuerza maligna.
CENSORA. —Qué original.
LUKAS. —Sí, porque tiene la cara deformada.
CENSORA. —¿Con la cara deformada?
LUKAS. —Sí. Es porque se cayó por un volcán.
CENSORA (interesada). —Vaya.
LUKAS. —Lo que ocurre es que la película está pensada como una saga de varios episodios y lo del volcán no sale en el primer guión. Si me da la oportunidad, escribiré el resto.
CENSORA. —¡Un malo con la cara deformada! Qué idea más ordinaria. Nada creativo, ya veo. Como siempre, los malos tienen que ser feos. Está muy, pero que muy visto, oiga.
LUKAS. —Veo que tampoco ese personaje le gustó. Y ¿qué le parece el destino de la nave? Hacia la vía láctea.
CENSORA (despectiva). —Sigue usted con su trama previsible.
LUKAS. — ¿Y dónde habría preferido usted que aterrizara la nave?
CENSORA. —Hay tantos sitios…
LUKAS (desafiante). —A ver, diga. Dígame uno.
CENSORA. —Vallecas, Malasaña, Carabanchel. Así introduciríamos la
multiculturalidad, que en este siglo está muy de moda. LUKAS. —Pero si mi guión ya es multirracial. ¿No vió el protagonismo de los dos robots, y del ser extraterrestre lleno de pelo y dientes?
CENSORA. —¿El bicho ese que solo grita?
LUKAS. —No es un bicho.
CENSORA. —Pero ¿Usted dónde ha aprendido a hacer guiones?
LUKAS (aturdido). —Yo…
CENSORA. —¿Conoce usted el Master de Guiones Anormales para públicos con discapacidad intelectual?
LUKAS. —¿El de la universidad Juan Carlos I?
CENSORA. —Esa la cerraron. El de la Reina Doña Leonor. Mire (le enseña el título del Master).
LUKAS. —¿Ese título es suyo?
CENSORA. —Por supuesto. En esta organización todos hemos hecho este Máster. Es obligatorio para ser censora.
LUKAS. —Pero ¿ese Máster es presencial?
CENSORA (disimulando). — Bueno, bueno…
LUKAS. —No importa. Dígame qué he de cambiar y le obedeceré.
CENSORA. —Lo primero el título. Lo de agujero negro suena un poco escatológico.
LUKAS. —Pero es un término astrofísico.
CENSORA (burlándose). —Astrofísico dice. En el siglo XXI no hay astrofísicos. Solo hay financieros, mercachifles, charlatanes y políticos.
LUKAS. —Pero la gente que ve documentales científicos sabe lo que son los agujeros negros, los multiversos, los neutrinos, los agujeros de gusano..
CENSORA. —El espectador de este siglo solo ve Netflix y Gran Hermano.
LUKAS. —Ah, entonces conocen a Orwell.
CENSORA. —Está usted muy verde, Santa Claus. Conocen a Kiko Matamoros, Terelu Campos y la hija de la Pantoja.
LUKAS. —Deben ser científicos importantes. Qué grandes cosas nos depara el futuro.
CENSORA. —Si quiere usted que la Organización de Escritores Fracasados que escriben con el culo registre su guión y produzca su película, tendrá que incorporar algunos cambios.
LUKAS. —Soy todo oídos.
CENSORA. —Lo primero, la princesa debe ser bisexual.
LUKAS.—Bisexual. ¿Eso es lo normal en esta época?
CENSORA. —Todos los milenials lo son. El público no entendería otra cosa.
LUKAS. —Pero es que en mi guión no hay otro personaje femenino.
CENSORA. —Se lo inventa usted. O si no meta a la teniente Ripley. La de Alien.
LUKAS. —Alien. Debe ser algo posterior.
CENSORA. —Además la nave debe tener cobertura.
LUKAS. —Sí, sí. Está cubierta. Toda de techo de titanio, con escotillas corredizas de seguridad.
CENSORA. —Me refiero a datos móviles. Si no no sería creíble. ¿Sabe usted de qué le hablo?
LUKAS. —Si le digo la verdad, seguro que le miento.
CENSORA. —Me lo temía. Teléfonos móviles. Para todos los tripulantes. Los alienígenas también. Los Jedis y el robot.
LUKAS. —Anda ya. ¿Me está usted diciendo que en el siglo XXI los teléfonos no están colgados en la pared?
CENSORA (desenchufando su móvil del cargador). — Véalo usted mismo.
LUKAS (examinando el móvil, asombrado). —Pero esto, esto es una maravilla.
CENSORA. —No crea. Es un antídoto contra la amistad.
LUKAS. —¿No puedes hablar con amigos a través de estos aparatos?
CENSORA. —Como poder, sí que se puede. Pero se originan muchos
malentendidos. Sobre todo con el wasap.
LUKAS. —¿Uaqué?
CENSORA. —Olvídelo.
LUKAS. —La verdad es que tienen ustedes muchos adelantos tecnológicos, pero el tema de la censura… Es un atraso.
CENSORA. —Es su opinión. Pero, hay una cosa que no me queda clara sobre su viaje.
LUKAS. —¿Cuál?
CENSORA. —Si en los setenta en América no había censura, ¿por qué quiere usted registrar su guión en este siglo en Madrid?
LUKAS. —Hemos recibido un aviso.
CENSORA. —Un aviso ¿de quién?
LUKAS. —De un ovni. Lo enviaba un grupo de la resistencia lectora y cinéfila del siglo XXII. Han conseguido retroceder en el tiempo con un acelerador de partículas hasta 1977.
CENSORA. —No entiendo la razón.
LUKAS. —En el siglo XXII las guerras de religión acabaron con la victoria de los esencialistas.
CENSORA. —Y eso qué significa.
LUKAS. —Pues significa que los dioses creen que el arte pervierte al hombre. Así que destruyeron todos los libros, partituras, cuadros, monumentos, películas que pudieron encontrar.
CENSORA. —Pero eso no es posible, basta con censurar lo incorrecto.
LUKAS. —Ese es el problema. Todos creían saber qué era lo incorrecto y tenían criterios contradictorios. Así que cada facción destruyó lo que detestaba. CENSORA. —Pero eso es horrible. ¿Y no se salvó nada?
LUKAS. —Se salvaron algunas copias en la nube. Una especie de almacén de información.
CENSORA. —Sí, sí, ya sé.
LUKAS. — El grupo de resistencia salvó la última entrega de mi obra «La guerra de las galaxias». Pero saben que hubo una primera y quieren conocerla.
CENSORA. —Pero entonces tendría usted que haber viajado al siglo XXII, que es donde se destruirá toda la cultura considerada tendenciosa, ¿no?
LUKAS. — No exactamente.
CENSORA. —Explíquese.
LUKAS. —En el mensaje nos decían que todo había empezado aquí, en Madrid, en agosto de 2020. Cuando la sociedad empezó a cambiar el lenguaje, a permitirlo todo, a respetar a los que no respetaban nuestra cultura por encima de los que querían conservarla.
CENSORA (jugueteando con el cable del cargador del móvil). —No lo creo.
LUKAS. —El aviso lo decía. Eran señales luminosas en morse desde la nave. Se avistó desde el Cabañal, en Valencia.
CENSORA. —Y qué decían esas luces, si se puede saber.
LUKAS.—Decían que la Organización de Escritores Frustrados que escriben con el culo había nombrado una censora que empezó a cargarse todas las películas que consideraba insultantes contra la mujer, luego contra los animales, luego contra las religiones esencialistas, y así hasta que estas organizaciones empezaron a proliferar. Se extendieron a todo el planeta, y estallaron las guerras de religión con el triunfo del esencialismo y el fin de las artes, el teatro, el cine…(saca una pistola).
CENSORA. —Pero, hombre, ¿qué va a hacer usted? Guarde ese arma.
LUKAS. —Mi misión es matarla a usted, para cambiar el curso de la historia. Para que «El despertar del agujero negro» no desaparezca, y las generaciones venideras conozcan a Yoda, a Han Solo, a Leila, a Darth Vader…
CENSORA (mirando hacia la puerta situada tras Lukas). —Vaya, tenemos visita. Obi-wan-kenobi.
LUKAS (girándose).— ¿Quién?
CENSORA (forcejea con Lukas y lo estrangula con un cable de móvil). —Ja, ja, ja. Has vuelto a picar, George Lucas. Te engañamos con el ovni. Ahora no existirás, tu saga tampoco, y nuestra Organización producirá tus películas. ¡Vamos a hacernos de oro!
LUKAS (cayendo al suelo). —Ya dije que no era buena idea venir disfrazado de Papa Noel. Que la gente iba a acabar odiando la Navidad…

Xenia Rambla & Cristina Grande

Octubre MMXVIII

(Ejercicio del taller de dramaturgia de Vicente Marco en San Miguel de los Reyes, ideada ex aequo con la escritora Cristina Grande)

GATICIDIO

                                                                                                                           

—¡Miaaaaaauuuuuuuu!
Javier sacudió la cabeza, sin convicción.
—Tu madre no te va dejar.
—¿Qué te apuestas?
—¿Qué me voy a apostar? Si está cantado.
—Tres duros, chaval. Ya lo verás.
Volvieron a la aldea. Por la alameda de los vencidos. Un camino pedregoso donde, decían, se hallaban sepultados los rojos, fusilados y enterrados en fosa común. Era un pueblo conquense dividido en sus emociones, en sus vivencias, como el resto. Y los paisanos muy beatos, muy estrictos. La madre del Inda también.
Javier entró a la casona. Un caldero de carne humeaba en la lumbre, y la tía Benigna removía el guisado con cucharón de madera.
—Tía.
—¿Qué tripa se te ha roto, rapaz?
—Que digo yo que si le propusieran tener un huésped…
—Pero ¿qué tontadas dices, muchacho? ¿quién va a querer venir aquí?
—No si querer, querer, no es. Pero si le trajeran…
—Suéltalo ya, niño bobo. Si trajeran ¿a quién?
La tía Benigna empezaba a perder la paciencia. Se remangó la camisa y se mesó las manos en el delantal. Su mirada denotaba exasperación.
—Es que, son gatitos. Recién nacidos.
La anciana estalló en carcajadas.
—Acabáramos. ¿Así que son mininos?
—Sí.
—Pues sabes que no me gustan los gatos. Satanás se encarnó en uno de ésos.
—Satanás no existe, tía.
—Demonio de chiquillo. ¿No va a existir? Te quiero confesado y comulgado. Y basta de tonterías. ¡Venga!
Javier comió en un periquete. Durmió una siesta de zozobra, donde centenares de gatos se revolvían en la Cueva del Madero, y sus maullidos se escuchaban en la parroquia. El cura callaba de súbito asustado. Y la tía Benigna se reía, se reía…
Esa tarde se confesó. Que el diablo existía, le aseveró el sacerdote. Dos avemarías de penitencia y a misa el domingo a las ocho, donde recibiría la santísima comunión.
A la mañana siguiente, camino del instituto …
—¡Inda, espera!
El chico llevaba los ojos hinchados, hinchados de tanto llorar.
—¿Qué ha dicho tu madre?
—Pues que no.
—Si ya te lo decía yo. Mi tía dijo lo mismo.
—Tres duros te debo.
—Te los guardas.
El Inda era un buen chico. Sensible como ninguno. Cumplidor de su palabra. Su madre era una vieja amargada, porque al padre lo mataron en la guerra. Y le dieron sepultura con los otros, en la alameda. Por eso lo pagaba con el niño. Broncas por todo. Y algún tortazo en la cara. El lloraba y se escondía, para que no lo viéramos llorar. Ni la marca de la mano.
Pasaron muchos días. Y a Javier no se le iba de la cabeza la camada de gatitos. Sin madre. Sin alimento. Los dos amigos les llevaban leche y panecillos al salir de clase. Pero un día el Inda vino con una marca en la cara. Su madre lo había pillado hurgando la despensa. Para los gatos. Y Benigna tenía la alacena bajo llave. Así que los gatitos, que llevaban dos días sin comida, iban a morir.
—A la salida nos vamos, Javier. A la Cueva del Madero.
—¿Tienes comida?
—Tengo un lugar donde llevar a esos desdichados.
—¿Un lugar Inda? ¿Qué lugar es ése?
—Uno donde no sufrirán más.
Y se secó una lágrima que caía por su mejilla rolliza y pecosa, como si los gatos fueran personas, o parientes suyos. El Inda amaba a esos gatitos. A todo el mundo.
Llegaron a la guarida de los cachorrillos. Los tomaron en sus brazos, eran seis o siete. Acurrucados en un rincón, diminutos, casi sin pelo, sonrosados y famélicos. Sus maullidos se metían en el cerebro de los dos amigos. Uno de ellos apenas se movía. Javier se acercó y lo examinó concienzudamente.
—Creo que está muerto.
—Lo está.
Se miraron. Agacharon la cabeza y se distanciaron. Uno del otro y ambos de los gatitos-bebé.
El Inda cogió una piedra. Otra más. Y otra. Del tamaño de una patata. Tragó saliva.
Las lanzó contra los gatos, con calma, con rabia, con ira calmosa. Una y otra vez. Javier miraba espantado.
Los quejidos se mezclaban con el olor a sangre y las lágrimas del Inda. Y una voz. La suya: «Para que no sufran. Irán con mi padre, a ese lugar donde van los buenos».
Javier abrazó al Inda, y se entristeció por los gatos.
Pensó en el diablo.
Y vomitó.

Xenia Rambla

Noviembre MMXV

(Una anécdota de Javier en un pueblo conquense en los setenta, que ha inspirado mi novela actual «Tan Adentro»)